miércoles, 21 de marzo de 2007

Poder, placer y dolor


Javier Hurtado

El pasado fin de semana, la Asociación Psiquiátrica Mexicana celebró en esta ciudad su Congreso Regional Occidente, en el que analizaron los temas de actualidad de esa disciplina. Tuve el honor de participar como ponente en una mesa que se organizó para abordar el tema de la adicción al poder, en donde presenté un trabajo que denominé la "Patología del Poder en el Político Mexicano", mismo del que les presentaré algunas de sus ideas principales.

Antes de proceder a abordar el tema debo confesar que me sorprendió gratamente el que entre los siquiatras se considere la adicción al poder como una enfermedad mental. Más aún, el doctor Ricardo Híjar, quien hizo la presentación inicial, dijo el nombre de la sustancia que genera el cerebro y que hace que el ejercer poder resulte una experiencia placentera y adictiva: péptidos opioides endógenos, cuyo nivel de presencia en la sangre se puede determinar mediante un examen clínico.

Para iniciar con el tema debemos establecer que el poder no es una cosa ni una institución. El poder es una relación social que deriva de una lógica o racionalidad determinada. Tres son los principales códigos de poder en el mundo de nuestros días: 1.- el que deriva del capital; 2.-el de la razón de Estado, y 3.-el de los poderes fácticos nacionales. De tal manera que lo que existe son personeros del poder, no personas que sean fuente de ese poder. Ahora bien, ¿qué debemos entender por poder? La capacidad de que una persona imponga cierta lógica de conducta contando con el consenso activo del que habrá de realizarla. Precisamente en esto se distingue el poder de la autoridad: en que esta última puede recurrir al uso de la fuerza para el logro de esos mismos fines.

Con el surgimiento del Estado y de la política moderna el poder político tendrá que ver con el grado de influencia que se logre tener en la dirección o decisiones del Estado. Quienes más influyen serán los que más poder tienen. Ahora bien, el poder político es especialmente importante porque sus decisiones son vinculantes y porque de la misma forma que puede proteger de la tiranía puede ejercerse de manera tiránica o autoritaria, incurriendo en un abuso de la autoridad.

Establecido lo anterior, pasemos a precisar que hay quienes disfrutan del poder y otros que sufren del poder. Es decir, habría un ejercicio sádico del poder, pero también otro masoquista. Ambos, en tanto perversiones, generan adicción y placer. Por lo regular toda la gente piensa que los políticos sólo disfrutan el poder, pero no que sufren el poder.

Investigando sobre el tema encontré un delicioso ensayo de Hans Magnus Ensesberger denominado "Compasión con los políticos", publicado en 1992, pero cuya actualidad es asombrosa. En dicho trabajo, el poeta alemán reconstruye las características más importantes en la vida de un político, mismas que son portadoras de graves patologías. Lo primero que llama la atención -dice Ensesberger- es "el increíble aburrimiento al que se someten. La política como oficio es el reino del retorno de lo mismo, de la repetición inmisericorde (...) un político profesional emplea años, posiblemente decenios de su vida en reuniones".

En segundo lugar, "emplea la mayor parte de tiempo restante en la lectura de una riada inacabable de documentos, actas, comunicaciones, textos previos, propuestas, dossiers, resoluciones, encuestas, planes, programas, proyectos de ley", que le impide la posibilidad del disfrute de cualquier otra lectura. En tercer lugar, "se le exige que hable permanentemente. La vacuidad de esa locuacidad no es, en tales condiciones, una deficiencia, sino una cualidad". Más aún, esa compulsión por hablar puede ser catatónica llevándolo a decir frases incoherentes o desconectadas de la realidad; o bien puede asumir rasgos de coprolalia, entendida como la propensión a utilizar un lenguaje soez.

En cuarto lugar, continúa Ensesberger, "forma parte de las obligaciones profesionales del político ponerse los gorros más ridículos, desde sombreritos del Tirol hasta piezas indias; el acariciar a niños y elefantes" (...) En quinto lugar, al político profesional se le impone otra penitencia: "la pérdida total de la soberanía sobre su tiempo (...) incluso las vacaciones son mera ficción, están llenas de entrevistas, contactos, actos".

Sin embargo, para ese autor algo de lo más grave en la vida de los políticos es la paradójica situación derivada de su total aislamiento social y el hecho de que son personas a las que no les está permitido estar solas. Él encuentra este tipo de aislamiento similar al que son sometidos los recluidos en una institución siquiátrica, un hospital o una prisión: "los encerrados están siempre aislados, pero nunca solos (...) el político, como el internado en un sanatorio está constantemente controlado (...) el lugar del vigilante lo ocupan los periodistas y fiscales".

Por lo anterior, para él los políticos más que provocarnos odio o admiración lo que nos deben motivar es compasión y lástima. Sin embargo, no por ello podemos dejar de lado que, aunque sufran y disfruten ese dolor, pueden llegar a causar daños inconmensurables a la sociedad, sobre todo si ejercen el poder de manera enfermiza. La próxima semana abordaré algunos de los rasgos de la patología del poder en el político mexicano.

docjhurtado@hotmail.com http://www.mural.com/editoriales/nacional/721332/

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