jueves, 15 de marzo de 2007

El feminismo

Sara Sefchovich

El Universal Jueves 15 de marzo de 2007

La semana pasada hablé en este espacio de lo que se plantea y cómo se lo plantea el feminismo. En los correos electrónicos que recibí se reiteran algunas dudas que se podrían resumir así:

- ¿Qué significa ser feminista?
- ¿Es el feminismo una teoría política, una ética o una forma de vida?
- ¿Dónde radica la fuente de opresión de las mujeres?
- ¿Qué es más significativo, las diferencias entre las mujeres o lo que las une?
- ¿Es la práctica política del feminismo la adecuada para las mujeres?
- ¿Cuáles han sido los cambios por los cuales ha pasado el feminismo?

Intento responder a lo anterior:

- Ser feminista significa pensarlo y verlo todo con eso que se llama "perspectiva de género", pero significa también vivir la vida con ciertos principios y conductas.

- El feminismo es una filosofía y una ética, una teoría y una práctica política y un conjunto de principios y conductas para la vida cotidiana.

- La fuente de la opresión de las mujeres está en el lugar que ocupan en la sociedad (en la estructura social y económica, en el trabajo, en la familia) y también en el imaginario (en las representaciones culturales y simbólicas).

- Las diferencias entre mujeres son muy significativas: ricas y pobres, académicas y obreras, negras y blancas, europeas y latinoamericanas, cristianas y musulmanas. Pero también lo es aquello que las une y que tiene que ver con el lugar social y mental que ocupan (que incide en las tareas que se les asignan y en el trato que se les da).

- La práctica política del feminismo ha pasado por etapas, desde la decisión de no participar en las cuestiones públicas hasta la de sí hacerlo. Aquello fue eficaz cuando era más importante la cohesión interna del movimiento, esto es eficaz para incidir en las políticas públicas y las leyes, con lo cual se logran avances que repercuten en millones de mujeres.

- El feminismo ha pasado por momentos en que dominaba el enojo contra los hombres y la relación entre “hermanas” en un sentido esencialista; la preocupación por la igualdad (la de salario y trabajo doméstico hasta la de oportunidades); la importancia de la diferencia entre unas y otras; la atención a la pobreza y al desarrollo; el poder y la representación política (con sus estrategias: cuotas, alianzas, consensos, negociaciones) y por la cuestión de la identidad.

Las respuestas que pongo aquí son por supuesto muy generales. Ello se debe al espacio de que dispongo pero también al hecho de que en el feminismo no hay la verdad única, absoluta, universal e indestructible. Siempre hay que volver a cuestionarlo todo, como dice Gianni Vattimo, hay "la constante oscilación y erosión de los principios". Esto es sin duda, como afirmé la semana pasada, lo mejor del feminismo: su constante búsqueda, su exigencia de repensarlo todo, lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo, lo seguro y lo dudoso, lo político y lo personal.

No existe otro movimiento ni otra ideología en los cuales haya esa voluntad de debatir y polemizar, de dar argumentos y contraargumentos, de criticar y autocriticarse tan intensamente, una compulsión por "interrogar la experiencia del fracaso" como dicen las italianas, una insistencia en "armar y desarmar supuestos y presupuestos para evitar las petrificaciones".

Entonces no hay respuestas fijas sobre dónde está la línea entre el "esencialismo" y el "culturalismo", cuál es la mejor vía para conseguir tal o cual cosa, sea el poder, la sexualidad placentera, el fin de la violencia y la pobreza, la igualdad y el respeto a la diferencia, si las necesidades de veras lo son o han sido creadas, si las acciones afirmativas son buenas o malas, si las formas organizativas adoptadas tienen estos o aquellos peligros, si la mirada es clasista o racista, eurocéntrica o universal, si las categorías decididas como fundamentales para el análisis se conceptualizan o no de manera adecuada e incluso asuntos como la moda, la belleza, la pornografía, el velo que usan las musulmanas, etcétera.

Por eso los mismos problemas adquieren nuevos ángulos de iluminación teórica y nuevas formas de llevarse a la práctica, pero por eso también surgen nuevos asuntos con el día a día de la vida y de las situaciones concretas, desde las guerras hasta los patrones de consumo.

El feminismo ha influido en (y cambiado a) el liberalismo y el marxismo, las teorías del lenguaje y el sicoanálisis, la práctica política y el arte, el estudio de la historia y las propuestas de derecha, izquierda y centro. Pero sobre todo, todos estamos aprovechándonos de sus logros para nuestra vida diaria, lo sepamos o no, estemos de acuerdo o no.

sara.sefchovich@asu.edu
Escritora e investigadora en la UNAM


http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/vi_37021.html

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