miércoles, 28 de marzo de 2007

Patología del político mexicano


Javier Hurtado

En mi pasado artículo, publicado en este mismo espacio, decía que, contra lo que muchos pueden dejar de suponer, el ejercicio del poder puede ser sádico o masoquista. Empero, en ambos casos debe provocar placer. Tanto unos como otros no pueden sustraerse a él, de la misma forma que los adictos no pueden dejar ciertas drogas, placeres o sustancias.

Tratándose del poder político, quienes lo detentan o luchan por conquistarlo son los políticos profesionales. Por su parte, la población está acostumbrada a renegar de su existencia o a mofarse de ellos. Sin embargo, como bien dice Hans Magnus Enzesberger, "Va siendo hora de hablar de la miseria de los políticos, en lugar de dedicarse a insultarlos. Esa miseria es de naturaleza existencial. Por expresada con un cierto pathos: la entrada a la política supone el adiós a la vida, el beso de la muerte". Grave paradoja: siendo la política -como dice Max Weber- pasión y vida, en el mundo moderno no existe otra forma de practicarla profesionalmente que no sea dotándola de poder. Y, cuando ello ocurre, su sentido humanista, proyectivo y libertario, se pierde. Lo que daña a la política es el poder, y no la política al poder. Y lo que pervierte y enferma a los políticos profesionales no es la política, sino el poder.

Establecido lo anterior, pasemos ahora a enunciar brevemente hechos o frases que hacen evidente la patología de políticos mexicanos. Quizá el termino más adecuado para designar esas perversiones o desviaciones sea el de cratopatía. Es decir, los rasgos patológico-maniacos asociados a quienes ejercen o aspiran al poder. Veamos:

1. Decía Álvaro Obregón: "El que mata más es el que gobierna". Por su parte, Gonzalo N. Santos afirmaba: "A mis amigos primero los encierro, luego los destierro, y si terquean los entierro". Esto, de alguna manera, denotaría esa propensión por el ejercicio activo o sádico del poder. Sin embargo, existe la otra cara del problema: quienes están dispuestos a ser encarcelados, perseguidos, mutilados o desterrados, o hasta a ser asesinados, con tal de lograr o conquistar el poder. Para muestra ahí están los casos del Manco de Celaya, Colosio, Villa, Zapata, Echeverría, López Portillo y Salinas de Gortari.

Lo anterior, por lo que toca a quienes luchan por acceder al poder. Pero hay otros que lo desean vehementemente sin imaginar lo que será, y cuando lo logran, reniegan de él, sin poder renunciar al mismo. En consecuencia, sufren el poder. Ahí están los casos de Ortiz Rubio, Fox y, en cierta forma, Zedillo. Y, a contrario, otros lo han ejercido de manera arbitraria y despótica, abusando de la erótica del poder, tal como en su tiempo lo hiciera Díaz (que era dueño de vidas y haciendas), Obregón, Calles, Lázaro Cárdenas, Echeverría y Salinas de Gortari. Es decir, en ambos casos existe un pathos del poder que puede ser sádico o masoquista.
2. Existe una búsqueda compulsiva del poder por el poder mismo, aunque implique afectar salud, familia y amistades. Se vive para el poder, no del poder o por el poder.

3. Los políticos son mitómanos: inventan historias o hechos referidos a su persona. Son capaces de autosecuestrarse (como Roberto Madrazo cuando era Gobernador de Tabasco) o provocarse autoatentados (como José Murat en Oaxaca) con tal de llamar la atención, o provocar compasión o lástima con tal de mantenerse en el poder. Pueden llegar a inventar fábulas y divulgarlas por los medios de comunicación para desviar la atención en una coyuntura política determinada (como el cuento de los "náufragos" cuando el problema de la pasada elección presidencial estaba álgido).

4. Son egocéntricos y si no narcisistas. Tienen manías por ademanes o actitudes feminoides, y cuando no, presentan tendencias a la homosexualidad -ya sea de manera manifiesta o latente-, dada la característica profundamente humana y social de la actividad política. Dado que en las campañas actuales el marketing ha hecho que la imagen sea decisiva para el acceso al poder, entonces los políticos se esmeran por mejorarla. Los menos son metrosexuales.

5. Otros son paranoicos, ven complots o persecuciones contra ellos en todos lados, o todos los días. Peor aún, es una paranoia solipsista: creen que son el centro del universo, o que el mundo gira en torno a ellos y que todo lo que ocurra tiene que ver con ellos y con un afán de perjudicarlos. Caso elocuente: Andrés Manuel López Obrador.

6. Los políticos patológicos hacen gala de vigor y vitalidad física que algunos en realidad no tienen. Inventan carreras familiares (como la de Agualeguas), participan en maratones (como Santiago Creel y Madrazo), suben a los estrados de un solo brinco y caen parados (como lo hacía López Portillo). El objetivo es mostrar que son vigorosos físicamente y que por lo tanto pueden ser poderosos políticamente. Para ellos no puede haber político poderoso que no sea vigoroso. La salud física -no la mental- es símbolo de poder.

7. Otros consideran que su acceso al poder es un asunto cósmico, mandato divino o ley de la historia. Profesan un mesianismo profundamente patológico: más que políticos, se consideran misioneros, siendo los más peligrosos por no estar sujetos a límite humano o legal alguno.

Como se ve, el poder puede causar desórdenes mentales en quienes no lo tienen: hay quienes son muy cuerdos para llegar al poder, pero cuando están en el poder enloquecen. Sin embargo, el problema es más grave, ya que puede haber locos que quieren el poder y personas que enloquecen con el poder. El problema es cómo no enloquecer con el poder, ya sea en su manifestación sádica o masoquista. Tal parece que poder y locura tienen que ir indisolublemente unidos.

docjhurtado@hotmail.com


http://www.mural.com/editoriales/nacional/723790/

No hay comentarios: