lunes, 12 de marzo de 2007

Hostilidad o nuevo trato




Marco Antonio Cortés Guardado

La gira de George W. Bush por diversos países de América Latina sobresale hasta ahora por las numerosas protestas que está levantando en todos los puntos del itinerario. Algo más o menos común para un presidente de Estados Unidos que se aventura a pisar tierra en las naciones al Sur de su frontera. Porque siempre parece haber motivos renovados para increpar a un mandatario de ese país: la historia de América Latina está plagada de agravios impunemente cometidos por nuestro vecino del Norte contra las naciones que la conforman. Texas, Panamá, Santo Domingo, Guantánamo, Grenada, Cárdenas, Castro, Allende, Chávez, forman parte de una larga lista de regiones, países y personajes que ilustran, de diversas maneras, los efectos de la política estadunidense hacia el resto de América desde la época del “gran garrote”.

Desde la doctrina Monroe, pasando por la guerra fría y hasta hoy en los tiempos del ALCA, Estados Unidos considera a América como su especial área de influencia, es decir, algo importante desde la óptica geopolítica, pero no le ha conferido otro trato que no sea el de “patio trasero”. Lo que hace un siglo pudo haber sido el inicio de una alianza continental voluntaria, libre y de beneficios mutuos, bien diseñada y negociada, y mejor instrumentada, ha transcurrido por los sinuosos caminos del sometimiento, la expoliación y las humillaciones reiteradas. Más recientemente, el famoso Consenso de Washington hubiera concitado menos críticas y hubiera sido más fructífero si desde el inicio se hubiera reparado tantito en los temas de la pobreza y la desigualdad. Vamos, una propuesta interesante como el ALCA gozaría hoy de una mejor imagen si no fuera porque Estados Unidos es inflexible en sus intereses y desestima los reclamos de los países sudamericanos. En fin, la publicitada defensa de la democracia gozaría de mayor credibilidad si no fuera porque Estados Unidos ha financiado y apoyado golpes militares contra mandatarios electos democráticamente (el más reciente: contra Chávez). Por si fuera poco, la sombra de Irak oscurece aún más la figura de Bush a los ojos de muchos latinoamericanos.

No se necesita ser muy avezado para comprender que los destinos de Estados Unidos y América Latina se conectan de muchas maneras, y así sea a distintos niveles de intensidad y profundidad según los países. Sin ignorar la historia, o justamente atendiendo a ella, es imprescindible establecer un “nuevo trato” entre ese país y América Latina, aunque fuera sólo por las áreas de oportunidad que se abrirían con ello. Estados Unidos debería aprender algo de Europa, y especialmente de Alemania, Francia e Inglaterra, y recordar la historia de los imperios abusivos. Si existe un “destino manifiesto” en América, éste debería ser manufacturado pacientemente sobre principios de respeto, solidaridad, pluralidad, equidad, tolerancia, democracia real, justicia, aprendizaje mutuo, reconocimiento y colaboración. Por su parte, América Latina debería aprender de España, Grecia o Portugal, y revisar su imagen de Estados Unidos, en gran parte distorsionada también por el resentimiento, el recelo y la incomprensión. Parecen sueños guajiros, pero por ahí deberían explorarse los caminos para una nueva relación política en el continente. Algo que suena francamente difícil pero que no es, por principio, imposible. Una cosa sí es cierta: Bush no podrá —ni podría— ser parte de una redefinición de relaciones de tal magnitud.

http://www.milenio.com/guadalajara/milenio/firma.asp?id=485982

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