lunes, 12 de febrero de 2007

¿El partido o el candidato?

Marco Antonio Cortés Guardado

El corto tiempo que duró Ana Rosa Payán como candidata del PRD a la gubernatura de Yucatán fue suficiente para desatar una serie de críticas a este partido, que presumiendo ser de izquierda se atrevía a lanzar como su abanderada a una mujer reputada como de extrema derecha. Las acusaciones de incongruencia y oportunismo abundaron, y todas ellas tienen, sin duda, fundamento. Nada más que, hasta donde pude ver, dejaron de lado un conjunto de datos importantísimos. Para empezar, esos datos fueron ignorados por los propios perredistas que condenaron la candidatura de la ex panista y que finalmente lograron echarla abajo. Se les olvidó que Payán ya había sido candidata del PRD a la alcaldía de Mérida.

Para situar en su justa dimensión el brevísimo romance entre Payán y el PRD, habría que recordar que todos los partidos han lanzado como candidatos (prácticamente a todos los cargos de elección popular, salvo a la Presidencia), a figuras provenientes de los partidos rivales. También que el PRD y el PAN han ido juntos en elecciones para gobernador en Tlaxcala, Nayarit, Oaxaca y Chiapas, por mencionar sólo unos casos. La inclusión en diferentes gobiernos de políticos pertenecientes a un partido distinto del que gobierna se está convirtiendo en algo común. En el gobierno federal, ocurre desde Zedillo —quien tuvo como procurador a un reconocido panista—, continuó con Fox y prosigue con Calderón. Militantes del PRD hubieran sido parte también de estos dos gobiernos si el partido no lo hubiera vedado enfáticamente. En fin, muchos políticos mexicanos saltan de cargo a cargo y, faltaba más, de partido a partido, sin cuidarse de nimiedades como la congruencia, la ideología o los principios políticos. ¿Por qué habrían de hacerlo si la circunstancia es más poderosa que la actitud y se le impone? La explicación a un fenómeno que parece bochornoso y condenable no es muy complicada y se resume en una breve fórmula: personalización de la política. Hace dos decenios, para el elector medio en México el punto primario de referencia era el partido y luego el candidato. Hoy no es así. Para una mayoría creciente de votantes, el candidato es ahora más importante que el partido a la hora de votar.

La relevancia creciente del candidato se acompaña a su vez por el fenómeno de “desafiliación partidaria”. Aunque con ritmos y profundidad diferentes, la identidad partidista ha venido menguando en todo el mundo. Una causa probable es que los partidos han perdido relevancia como entidades de “capacitación”, como fuentes de información y como correas de transmisión de creencias y actitudes hacia los asuntos públicos, en virtud de que se ha incrementado la escolaridad y “habilidades” cognitivas de los votantes, al tiempo que la prensa suple a los partidos en muchas de sus funciones “pedagógicas” (algo así afirman Ronald Inglehart y Russell Dalton). En este contexto, las personalidades políticas son evaluadas directamente sin necesidad de referirlas a su pertinencia partidaria, y los partidos se han visto obligados a prescindir de la membresía como condición para una candidatura. Es cierto, de todas maneras, que el nivel de transfuguismo partidario en México quizá no tiene parangón. Dos factores me parecen relevantes: la debilidad histórica de los partidos distintos al PRI y la peculiar cultura de la nueva clase política, teñida de pies a cabeza por un extraño tipo de pragmatismo.

http://www.milenio.com/guadalajara/milenio/imprime.asp?id=477033

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