jueves, 28 de junio de 2007

El burro que tocó la flauta


Javier Hurtado

Con mucho, lo artístico de la política tiene que ver al menos con la capacidad para construir acuerdos y con la aptitud para que las decisiones tomadas sean fieles muestras de una obra de relojería suiza, por el grado de sincronía que les caracterice. Si esto es así, lo ocurrido en los últimos ocho días en nuestro País pareciera decir que nuestra actual clase política lejos está de lograr la perfección que supone una actividad artística o la precisión de un relojero helvético.

Y es que, en verdad, cuesta trabajo asumir que es producto de una mera casualidad la sucesión de cuatro hechos políticos que se han dado en los últimos ocho días: 1.- La Suprema Corte decide, el día 19, investigar las violaciones que a las garantías individuales pudiera haber habido durante el conflicto magisterial ocurrido en Oaxaca el año pasado; 2.- Al día siguiente, muy temprano por la mañana, el Secretario de Hacienda entrega en el Senado de la República la iniciativa de Reforma Hacendaria del Presidente de la República; 3.- Poco después, ese mismo día, el Tribunal Electoral de Baja California anula el registro del candidato priista a la Gubernatura de ese Estado; y, 4.- Ayer, la Corte resuelve aplazar la votación y análisis de las conclusiones a las que llegó la Comisión Investigadora sobre la violación a las garantías individuales de la periodista Lydia Cacho en el Estado de Puebla.

Ahora bien, en esto, no faltará quién suponga o sostenga que la ocurrencia secuencial de estos hechos respondió a un plan preestablecido, por así convenir al logro de la aprobación de la reforma fiscal. Otros, tratarán de justificar este ilógico y arriesgado acompasamiento secuencial como producto de los nuevos tiempos y realidades que han traído como consecuencia el fin del presidencialismo omnisciente y omnipotente que hasta el siglo pasado existió.

Si lo anterior es una mera casualidad, entonces deberíamos aceptar que estamos gobernados por las fuerzas del azar y del destino. Si todo fue previamente planeado, entonces, lo artístico de la política estaría cediendo el paso a la perversidad como sustrato último de esta actividad. Y, si esta fuera una nueva realidad, a la que más temprano que tarde tendríamos que acostumbrarnos, entonces debemos preguntarnos, ¿qué hace el Gobierno? y ¿para qué queremos a los políticos?, si podemos funcionar mejor como una auténtica anarquía organizada.

Como cualquiera de las tres alternativas, por sí sola, parece muy sofisticada para los políticos mexicanos (ya sea invocar el destino, desatar conjuros, o generar una teoría para justificar su incapacidad directiva), digamos entonces que lo ocurrido sí que fue una feliz combinación en el tiempo de las tres causas.

Y, si así fue, la explicación no puede ser una justificación para una clase política que procede como la fábula de Tomás de Iriarte, en la que la fábula misma, el burro, la flauta, y el resoplido del semoviente sobre el instrumento musical, todo, fue ¡por pura casualidad!

Se requiere ser muy ignorante para no establecer un rango de jerarquías o prioridades en la agenda política del País. O bien, se necesita ser muy perverso —si es que eso en realidad existió— para suponer que tres decisiones político-electorales, formalizadas como resoluciones jurisdiccionales, no afectarían el proceso de construcción de una coalición legislativa para sacar adelante la principal iniciativa política del Presidente de la República: la Reforma Fiscal. No sólo eso: además de ignorante o perverso (o las dos cosas a la vez) se requiere ser sumamente irresponsable para que, como producto de esos errores u omisiones en la conducción política, se ponga en riesgo el crecimiento económico del País y la capacidad del Estado para sacar de la pobreza a millones de mexicanos.

Por eso, ante esto, la mejor explicación, es decir, como El Chapulín Colorado: “todo estaba fríamente calculado”. Sin embargo, aceptando sin conceder, que así hubiera sido, las cosas no son como para festinarlas, sino para preocuparnos profundamente, ya que ello supondría la utilización de los organismos jurisdiccionales con fines políticos y/o haber elevado la estulticia, la incapacidad y la mediocridad al rango de Gobierno en México. En esto, tan mala una alternativa como la otra. Lo mejor es la previsión y la capacidad política para construir acuerdos sobre la base de prioridades.

Cuando esto último no existe, los escenarios tienden a complicarse y los actores a quedar heridos en sus susceptibilidades. Ciertamente, que si los gobernantes pecan de todo lo anterior, también lo es que la Oposición priista lo menos que denotaría sería rapacidad y vileza —sobre todo sabiendo de las debilidades de la élite panista gobernante— si se valiera de estos errores para negociar el cumplimiento de la ley a cambio de su imprescindible voto para aprobar la Reforma Fiscal. En el caso del PRD, no parece del todo ético ni congruente hacer depender el futuro del País y de millones de pobres de los rescoldos de los pasados agravios de la campaña presidencial.

Sin embargo, tanto el PRI como el PRD podrían decir, al igual que el Gobierno de la República, que sus actitudes no fueron producto de una acción concertada, sino como las del burro que tocó la flauta, ¡por pura casualidad!

docjhurtado@hotmail.com

Miércoles, 27 de junio de 2007

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