lunes, 2 de julio de 2007

El Peje en su laberinto


Marco Antonio Cortés

macortes@milenio.com

Hoy se cumple un año de la elección presidencial más reñida de la historia de México. No todos la recordarán igual, naturalmente. Unos festejarán el triunfo de Calderón, otros lo lamentarán, y a muchos les seguirá valiendo gorro quién ganó. El Peje la recuerda como una elección espuria y fraudulenta, que fue trampeada por la mafia política para impedirle su arribo al poder. Reivindica su presidencia “legítima” y desconoce al “usurpador”. Y aunque de nuevo enseñó músculo y reunió un número significativo de seguidores fieles a su causa, es evidente que su poder de convocatoria ha menguado sustancialmente.

La actitud del Peje y el Frente Amplio Progresista pareciera el resultado de un diagnóstico y un cálculo erróneos, concediendo que no se trata de un simple capricho o, en el peor escenario, de demencia inducida. El FAP parece convencido de que el “fraude” de 2006 exige una respuesta distinta a la que dio Cárdenas al de 1998. En vez de una aceptación táctica se opta por una rebelión estratégica. El cálculo pareciera ser que la rebelión les permitirá conservar presencia y fortaleza política entre el electorado e incidir mejor en el rumbo de la política nacional.

El diagnóstico es equivocado, porque, para empezar, se trató de elecciones muy diferentes. Las diferencias son obvias: derivan de que el sistema electoral y de partidos, el papel de la autoridad electoral y el comportamiento del electorado cambiaron sustancialmente entre una elección y otra. Al contrario de 1998, no hay pruebas de que en 2006 se haya operado un fraude descomunal. El frente debería aceptar que equivocó la impugnación y que debió exigir la nulidad de la elección, no el triunfo del tabasqueño. El dramático descenso de los apoyos a López Obrador debería verse, también, no como un dato coyuntural, sino como el muy probable descrédito duradero de su imagen pública. Por otra parte, el cálculo también es cuestionable. Es cierto que mantener la lealtad de los seguidores convencidos es un imperativo político, pero hay distintas maneras de atenderlo. No es por la ruta del cuestionamiento sistemático de todo lo que haga el gobierno de Calderón como conseguirán el Peje y sus aliados mantenerse como una opción atractiva para el electorado. Tampoco que con ese cuestionamiento se vaya a debilitar al panista. Este último no ha hecho otra cosa que fortalecerse. En fin, todavía menos de esa manera el FAP podrá incidir en la definición de las políticas y en el sentido de las decisiones más importantes.

Curiosamente, el Peje ya le imprimió su marca al gobierno de Calderón, pues éste viene ejecutando —a su manera es cierto— algunas de las principales líneas programáticas enarboladas por la Coalición por el Bien de Todos. Por la fuerza de las circunstancias, Calderón y López Obrador coinciden en muchos puntos de la agenda de gobierno. Al PRD le convendría más impulsar esos y otros puntos de coincidencia, al tiempo que se desmarca en los asuntos que distinguen a una opción típica de “derecha” de otra de “izquierda” (como ya lo hizo en el asunto de la despenalización del aborto o la eutanasia). Una vez lo dije y lo sigo pensando: el PRD debería replicar la estrategia panista en tiempos de Salinas de Gortari, y ser el partido “hegemónico” aunque no sea el partido en el gobierno. Pero para ello se requiere hígado, talento político y liderazgo pragmático, en vez de encono, ceguera política y mesianismo.

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