miércoles, 6 de junio de 2007

Triunfo de la razón y la democracia


Javier Hurtado

Lo ocurrido el fin
de semana pasado en la Asamblea Nacional panista celebrada en la ciudad de León, Guanajuato, ha venido a mostrar las posturas reduccionistas o maniqueas con las que algunos de sus actores políticos tratan de justificar o cuestionar —según convenga a sus intereses— lo ahí acontecido.

Las posiciones han ido desde las que consideran que, a partir del fin de semana, un nuevo PAN surgirá, hasta las que suponen que al seno de ese partido se reproducirán los peores vicios que han caracterizado a otros institutos políticos. Ya encarrerados, al hacer el balance de la nueva correlación de fuerzas se ha llegado a decir que no hubo ningún ganador y sí un gran perdedor: el propio Partido Acción Nacional, que de ahora en adelante reproducirá las peores prácticas y conductas del PRI y del PRD.

Nada más falso que todo lo anterior:

1.- El hecho de que el Presidente de la República se haga del liderazgo de su partido no significa necesariamente que se esté reproduciendo una práctica priista. No entenderlo, o no ver las diferencias, muestra una grave confusión entre dos realidades totalmente distintas: una cosa es ser partido del Gobierno (lo que en cierta forma era el PRI) y otra ser partido en el Gobierno (lo que es el PAN desde que ganó la Presidencia, pero lo será más a partir de lo ocurrido en León).

2.- Quienes al interior del PAN reconocen y se reconocen en el liderazgo del Presidente de la República actuaron en congruencia con un elemental sentido de lealtad y disciplina partidaria que se presenta en cualquier democracia del mundo.

3.- Quienes abuchearon y le chiflaron al dirigente nacional de ese partido no es que se hayan “conducido como perredistas”, sino que lo hicieron como civiles de carne y hueso (no monjes, ni santos) que sienten pasión por la política. En todo caso, ¿quién es más perredista —si esto lo entendemos como sinónimo de indisciplina y desconocimiento de la autoridad presidencial—: Manuel Espino o cualquiera de lo Gobernadores del PRD? De la misma forma, ¿por qué cuando un panista le chifla a Manuel Espino se convierte en perredista y cuando Vicente Fox lo hacía como Jefe de Estado para dirigirse a los gobernados no era cuestionable, sino signo de los “nuevos tiempos democráticos”?

4.- Los panistas que critican los abucheos a su dirigente nacional olvidan aquí el “derecho a la libertad de expresión”; sólo la invocan para justificar las calumnias que propalan en las campañas negativas contra candidatos de otros partidos que sí son símbolo de incivilidad o “indecencia” política (uno de los beneficiarios de éstas fue Calderón). A final de cuentas, Espino sólo probó una pequeña parte de la “sopa de su propio chocolate”.

Sin embargo, más allá de estas poses exquisitas y hasta hipócritas (pues son más graves las porquerías que hicieron en la campaña electoral de 2006), lo más importante es que en la Asamblea Nacional del PAN finalmente terminó imponiéndose, antes que un hombre, la razón y el más elemental sentido de responsabilidad política y apego a la realidad. Sólo a un desquiciado, traidor, renegado, ignorante o desfasado de la realidad, que es miembro del partido en el Gobierno, se le puede ocurrir estar haciéndole la guerra al jefe de Gobierno emanado de ese partido, porque según él eso es lo propio de una democracia, lo más acorde a los principios del PAN, o lo que le puede distinguir de un priista.

Lo mejor de todo esto es que Espino y secuaces quedaron desenmascarados: sus justificaciones eran puros inventos o delirios para disputarle al Presidente el liderazgo al interior de su propio partido y, de conseguirlo, convertirlo en su rehén para manipularlo a su antojo. Y, entonces sí —Dios nos agarre confesados—, establecer en México un auténtico régimen de partido de Estado en el que el dirigente del partido mayoritario dicte órdenes al Jefe de Gobierno y del Estado.

Por tratarse el PAN del partido en el Gobierno y el que ostenta la mayoría relativa en las dos Cámaras del Congreso federal, lo que ocurra a su interior concierne a todos los mexicanos, con independencia de la pertenencia o simpatía que se tenga con esa organización política.

En las democracias parlamentarias, cuando el responsable del Gobierno pierde el liderazgo de su partido debe éste abandonar el Gobierno (lo que ocurrirá próximamente en el Reino Unido, con Tony Blair) y el nuevo líder asumir el cargo, si es que su partido es mayoritario. En las democracias semipresidenciales nunca se da el caso de que el Presidente de la República pierda el liderazgo de su partido, lo que puede ocurrir es que su partido pierda la mayoría en la Asamblea legislativa y entonces se da la cohabitación, con un Primer Ministro de un partido y un Presidente de otro.

En cambio, en una democracia presidencial, cuando el partido del Presidente no tiene mayoría en el Congreso éste permanece en su cargo y ejerciendo el liderazgo real de su partido. Cuando en una situación tal el dirigente de su partido le disputa el liderazgo al Presidente no puede pensarse que sea para hacerle un bien al País o para fortalecer la democracia, sino para todo lo contrario.

En las circunstancias actuales de México, en las que el Ejército ha adquirido un importante rol político, debilitar al Presidente puede conducir a generar las condiciones para el fracaso de nuestra incipiente democracia. Por todo ello, felicito a los panistas que abuchearon a Espino y respaldaron al Presidente.

docjhurtado@hotmail.com

http://www.mural.com/editoriales/nacional/747028/

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