lunes, 10 de septiembre de 2007

¿Quién es el cuarto poder?


Marco Antonio Cortés

La idea de que la prensa, o más exactamente los medios de comunicación de masas, constituyen un cuarto poder, sumado a los tres poderes públicos formales (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), e influyente como éstos, es de vieja data —se remonta hasta la revolución francesa y el concepto fue acuñado por Edmund Burke—. Esta puede ser la impresión que prevalece en México, sobre todo porque, recientemente, los medios de comunicación fueron determinantes para el proceso de apertura política y la democratización del país. Los medios han jugado un papel relevante en el fortalecimiento de la opinión pública, le dieron impulso al creciente pluralismo y hoy fungen, sin duda, como instrumentos básicos para incrementar la transparencia y exigir una mejor rendición de cuentas.

También, como empresas con intereses comerciales y financieros muy claros, tienen una agenda propia y la promueven concienzudamente, siendo en consecuencia actores interesados, muy poco imparciales, dentro del proceso político. Los medios en México, como quizá en todas las democracias, tienen sus luces y sus sombras. Junto con lo positivo, ellos suelen manipular a la opinión pública mexicana de manera burda y descarada, y hasta hoy operan en la más completa impunidad. La manera como se aprobó la ley Televisa en el Congreso, habría demostrado que efectivamente los medios, y concretamente la estructura oligopólica que los controla, son el cuarto poder en este país.

Sin embargo, también existe la idea, menos difundida, de que el verdadero cuarto poder en México no son los medios sino los partidos políticos. Nada se procesa en el sistema político mexicano si no pasa por la criba de los partidos. El famoso atorón en el que está sumida la joven democracia mexicana, y que le impide rendir los frutos que esperan los mexicanos, no tiene otro origen que las rivalidades irresueltas de los partidos y la capacidad de estos para distorsionar el desempeño de los demás poderes, señaladamente en los casos del Ejecutivo y el Legislativo. Si enfrentados tienen un enorme poder, ya se puede calcular el que adquieren cuando operan en concierto.

La reforma electoral que está por aprobarse cargaría la balanza hacia los partidos políticos y además pondría en evidencia el recelo que le tienen a los medios. Cuando aprobaron la ley Televisa, se acercaba un proceso electoral reñido. Nadie quería tener a los medios en contra. Los partidos fueron, pues, obsecuentes por razones de coyuntura. Hoy los medios navegan con el viento en contra. A su favor no tienen ni la fuerza del chantaje. Ya se sabe: la reforma contempla la prohibición a los partidos para contratar tiempos en radio y televisión, dejando esta facultad al Instituto Federal Electoral, además de que los tiempos quedan acotados a los tiempos oficiales. De sopetón, lo partidos le quitan a los medios poco menos de tres mil millones de pesos, y amenazan con distribuirse entre ellos mismos esta fabulosa cantidad. Los medios, sin duda, están pataleando y resistiendo. Pero pueden ir renunciando a sus jugosas ganancias de tiempos electorales, porque si la coyuntura no los favorece, de todas maneras el cinismo de los políticos los ha vuelto inmunes a las campañas de desprestigio que, abusivamente por cierto, suelen emprender los medios contra algunos de ellos. Los partidos ganan. De nuevo.

macortes@milenio.com


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