miércoles, 29 de agosto de 2007

Otra vez las minifaldas


Javier Hurtado

29 Ago. 07

En Jalisco, algunos directivos de oficinas gubernamentales parecen más bien Ministros de Culto que administradores públicos en un Estado laico. Es cierto que en nuestra entidad la población tiene arraigadas convicciones religiosas, pero difícilmente puede sostenerse que todos quienes poseen éstas, justifiquen o avalen los excesos de quienes pudieran estar aprovechando sus cargos para proyectar frustraciones personales antes que políticas gubernamentales o directrices religiosas. Este es el caso de las prohibiciones monacales al uso de la minifalda y otras restricciones más, implantadas a los empleados de la Dirección de Fomento Deportivo del Ayuntamiento de Guadalajara.

A no ser por la pluralidad que es propia de las organizaciones no religiosas contemporáneas, costaría mucho trabajo comprender que entre los miembros de un mismo instituto político se dieran bandazos conductuales, en donde algunos pagan por ir a presenciar mujeres desnudas o semidesnudas en los table dance, mientras otros imponen restricciones a las empleadas a su cargo para que puedan portar un vestido al borde de la rodilla; y poco falta para que prohíban a los varones que puedan voltear a ver a las mujeres. En verdad, esto, a lo menos es incongruencia entre los miembros de una misma organización política, falta de disciplina a un código de conducta que estableciera como política tal comportamiento (si es que así lo fuera), falta de eficacia de la organización para imponer sus directrices y de capacidad para sancionar a quienes las quebranten.

Cuesta trabajo aceptar que el monacalismo y el ascetismo puedan ser políticas institucionales del Partido Acción Nacional, máxime cuando éstas, al imponerse a quienes no profesen esas ideas, pueden ir en contra de las garantías individuales que la Constitución establece. Por eso, si esto es así, entonces el PAN se debe deslindar de tales desplantes de sus miembros activos. Si no, entonces que salga a defender a quienes implantan tales aberraciones y sancione con rigor a los diputados que, al menos visualmente, les gusta disfrutar de la belleza del cuerpo femenino. Y es que cuesta trabajo entender que al interior de una misma organización existan los hedonistas y los castos.

La actitud de los talibanes de la ultra panista parece hasta opuesto a natura, por ir en contra de los instintos más elementales de los varones (el adagio popular dice: la vista es muy natural). Existen mujeres en las que, con minifalda o sin ella, con licras o sin licras, la voluptuosidad trasciende los contornos de las prendas y su sensualidad se transmite incluso a través de su solo rostro o de su mirada. Y, al revés, existen otras que aunque anden semidesnudas no logran despertar ningún interés o deseo entre los del sexo contrario, ¿cómo evitar o controlar esto? Simple y sencillamente no se puede.

Si lo que se pretende es que no se provoque el deseo sexual o se despierten las pasiones (y por ende, hasta las relaciones extramaritales), entonces que los guardianes del ascetismo rebanen también un poco de glúteo a las que lo tengan un poco sobrado, o que les eliminen lo torneado a sus extremidades inferiores y les reduzcan la protuberancia de sus glándulas mamarias a quienes pudieran estar un poquito sobradas.

La verdad, qué ridículo y qué ridículos. Qué ridículo que una oficina del principal Ayuntamiento del País gaste tiempo y energía en asuntos que no son de su incumbencia y son violatorios de las garantías individuales. Qué ridículos los panistas de antaño y hogaño, que casi sacan un crucifijo y se tapan los ojos cuando ven a una mujer que destaque por su sensualidad, voluptuosidad y belleza. Si no son ridículos, entonces son hipócritas, o tienen serios problemas para el disfrute de su sexualidad. Si están casados, ¡pobres de sus esposas!, mejor hubiera sido que se mantuvieran célibes y castos.

Como nada de esto parece posible, entonces las restricciones en el vestuario y arreglo personal de los hombres y mujeres que pertenecen a esa dependencia municipal pudiera deberse a un mensaje que se mande con el afán de quedar bien con algo o con alguien. Máxime, cuando el responsable de esa dirección, Luis Enrique Gómez Espejel, es un ejemplo fehaciente de incongruencia: exige a los hombres no llevar cabello largo y presentarse rasurados o con el bigote o la barba "arreglados", cuando él trae el pelo largo y luce una barba propia de cualquier auténtico talibán, iraní o afgano. Más aún, reconoce que se pinta la barba, y a los demás les prohíbe pintarse el pelo de colores llamativos, en una restricción que ya no se sabe si va dirigida contra los colores o contra la práctica de teñirse (Público, 28/08/07).

El que a las mujeres se les prohíba en una oficina pública usar minifalda es como si a las monjas se les quisiera obligar a usar esa prenda en el convento. Qué vergüenza para Jalisco que junto a lo de las famosas clases de Biblia en la Casa Jalisco y a la crítica a las campañas para el uso del condón por parte de las autoridades, ahora venga —otra vez— el asunto de que algunos funcionarios prohíben al personal femenino a su cargo el uso de las minifaldas.

docjhurtado@hotmail.com




http://www.mural.com/editoriales/nacional/387/772643/

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